Los crímenes de Oxford

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Dependiendo de quien vea “Los Crímenes de Oxford” - octavo proyecto para la gran pantalla, y segundo internacional tras “Perdita Durango” (1997) , del bilbaíno Álex de la Iglesia- sacará una impresión u otra. Si es público ocasional, saldrá de la sala satisfecho, pues habrá asistido a un buen espectáculo visual y cinematográfico, que además es desafío intelectual, muy bien llevado y construido, cimentado, además, sobre unas interpretaciones muy sólidas en líneas generales.

Pero si es fan del director… Lamentablemente, saldrá decepcionado, conmocionado y confundido. Seguramente, repase los títulos de crédito con perceptible incredulidad, intentando consolarse con un error de lectura o de interpretación, o buscando el milagro que le desmienta que “Los Crímenes de Oxford” es, efectivamente, una película de Álex de la Iglesia. Porque no lo parece, ya que desde su primera hasta su última secuencia, el film se comporta, y reacciona, con unos códigos y una técnica que no es la que acostumbra a desplegar el director vasco.

Para entendernos, el humor negro que suele presidir sus títulos, así como su gamberreo canalla y esos perdedores entrañables que abundan en su cinematografía, aquí sólo existen en la retina y la mente de quien ha disfrutado, por ejemplo, de “El día de la bestia” u “800 balas”. De la Iglesia ha querido hacer borrón y cuenta, optando por prescindir de su esencia, en “Los crímenes…” quizás para conectar con un público más internacional y allanar el camino que le permita trabajar en el extranjero; a resultas de lo cual, no debe sorprendernos los inmensos problemas a los que tuvo que enfrentarse durante su rodaje. De la Iglesia se siente extraño e incómodo y no puede evitar que estos sentimientos trasciendan y empapen esta obra.

Así, nos encontramos ante un título pretencioso, pedante hasta lo insufrible (quedan avisados si se pierden ante tanta teoría matemática), humorísticamente “snob” (o, si prefieren, impregnado de esa fina ironía inglesa que, de tan fina, acaba siendo translúcida), hierático, anodino, pero elegante, rodado con oficio, con interés y pasión. Juzguen ahora si, entre tanta etiqueta, pueden encontrar alguna que se ajuste al distintivo de fábrica de De la Iglesia.

Indudablemente, “Los Crímenes…” es una película, ya no sólo de ambientación, sino también de cultura inglesa; pero de cultura de altos vuelos, elitista, superficial y enquistada en la apariencia. Tanta ampulosidad e inteligencia suprema, rayana en la genialidad, molesta sobremanera; a ello contribuye un John Hurt espléndido, sí, y orgulloso de su herencia teatral también, sabedor de su superioridad interpretativa respecto de Elijah Wood (por mucho que se empeñe, el peso del Anillo Único sigue pesando en su carrera) y de Leonor Watling, bellezón mediterráneo que comparte atributos con la diva latina por antonomasia del cine actual: Monica Bellucci. Ambas lucen formas privilegiadas y envidiables, muestran un alto dominio del inglés y se esfuerzan en presentarse como dos actrices de limitados recursos y hondas carencias.

No debe nadie tampoco confundirse: “Los crímenes de Oxford”, iniciados con la muerte de una anciana en extrañas circunstancias, no es la enésima película de crímenes ferpectos (o perfectos): se trata, más bien, de la descripción de un potente duelo intelectual entre un maduro y brillante profesor y su alumno, eso que tanto hemos visto antes, incluso en condiciones más frenéticas y, todo hay que decirlo, también más aburridas.

Con “Los Crímenes de Oxford” pasarán un buen rato enfrascados en una intriga falsa pero efectiva, amena, que les hará olvidar sus preocupaciones mientras siguen, extasiados, las diatribas de Arthur Seldom y las lúcidas respuestas de Martin en pos de un asesino imprevisible e imposible. El crimen y la realidad como juego; el cine como encargo. Eso es lo que hallarán en la nueva cinta de De la Iglesia.



Fuente: www.mundocine.com





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